FIN DE LA PANDEMIA…¿Y LA AUTOCRÍTICA DE LA OMS?

Después de 1.221 días y 7 millones de muertes documentadas (se estiman que han podido ser cerca de 20 millones), la Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de declarar que la Covid-19 ya no es una emergencia internacional de salud pública. Pese a todo el grave impacto sanitario y el colapso de los sistemas de salud a nivel mundial, la pandemia ha sido mucho más que una crisis de salud. Ha causado una grave afectación económica, borrando gran parte del producto interno bruto de cada país, interrumpiendo los viajes y el comercio, cerrando negocios y hundiendo a millones en la pobreza. Ha causado una enorme rebelión social, con fronteras cerradas, movimientos restringidos, escuelas y universidades clausuradas y millones de personas experimentando soledad, aislamiento, ansiedad y depresión.

La Covid-19 ha expuesto y exacerbado las fallas políticas, dentro y entre las naciones. Ha erosionado la confianza entre las personas, los gobiernos y las instituciones, alimentado por un torrente de información errónea y malvada desinformación. Y ha puesto al descubierto las lacerantes desigualdades humanas, siendo las comunidades más pobres y vulnerables las más afectadas y las últimas en recibir acceso a vacunas, terapias efectivas y otras herramientas tecnológicas. Durante los últimos 12 meses, la pandemia ha tenido una tendencia a la baja, con un aumento importante de la inmunidad de la población gracias predominantemente a la vacunación, pero también a las infecciones y re-infecciones naturales, una sustancial disminución de la mortalidad y una franca disminución de la presión sobre los sistemas de salud.

Al declarar que la pandemia ha terminado como una emergencia de salud global, sin embargo, eso no significa que el SARS-CoV-2 haya terminado de ser una amenaza para la humanidad.  Covid-19 aún se cobra una vida cada tres minutos en el mundo, miles de personas luchan por sus vidas en unidades de cuidados intensivos y millones más continúan viviendo con los efectos debilitantes de las secuelas de la Covid prolongada. Este microbio llegó para quedarse y causará infección respiratoria anualmente, similar a lo que hace el virus de influenza o el virus respiratorio sincicial (VRS). Todavía está matando y todavía está mutando. El virus no sabe leer, mucho menos acatar este tipo de comunicados. Sigue existiendo el riesgo de que surjan nuevas variantes que provoquen brotes (mini olas) de casos, hospitalizaciones y decesos. Urge, por tanto, exhortar a la actualización de los esquemas de inmunización en todos los grupos de edad, incluyendo los niños (potenciales reservorios virales y transmisores de la infección a los adultos de riesgo, algo que podría contribuir a su propia orfandad futura). Lo peor que cualquier país podría hacer ahora es usar esta noticia como una razón para bajar la guardia, desmantelar los sistemas que ha construido o enviar el mensaje a su gente de que la Covid-19 ya no es motivo de preocupación. Tenemos las herramientas y las tecnologías para prepararnos mejor para las pandemias siguientes, detectarlas antes, responder más rápido y mitigar su impacto. Ojalá hayamos aprendido la lección, invirtamos en la educación colectiva, coloquemos a la ciencia en el pedestal que merece y hagamos de la comunicación mediática una fuente fiable de veracidad, responsabilidad y cero charlatanería.

En esta declaración, a mi juicio, a la OMS le faltó autocrítica por todos sus fallos en orientación, reconocimiento temprano de las evidencias científicas que se iban generando (uso masivo de mascarilla, mejorar ventilación, desfase en recomendaciones preventivas y terapéuticas, por ejemplo) y una comunicación más eficaz que evitara la confusión de autoridades, personal de Salud, medios y personas. Tristemente…