Ni izquierda ni derecha: un Panamá ecléctico

Los resultados de las recientes elecciones en Panamá nos brindan lecciones muy claras. El ciudadano de este país rechaza las jugarretas de los partidos tradicionales, se distancia de los extremismos ideológicos y se decanta por apuntalar a gente joven, sin pasado político, encumbrada en la libre postulación, apartándose del discurso demagógico habitual y del repertorio de promesas que jamás llegan a cumplirse.

El país quiere dejar atrás las prácticas burocráticas y las corruptelas cómplices que han caracterizado a los colectivos partidistas en su innegable decadencia, lo que podría propiciar un abandono de las etiquetas anacrónicas de derecha e izquierda, dicotomía que nació con la revolución francesa y que no tiene, en sí, ninguna connotación de superioridad o inferioridad ética, y mucho menos de efectividad o integridad en el ejercicio del poder. En este asunto, como en casi todo en la vida, todo depende de las circunstancias y de las visiones ecuánimes o pragmáticas de los gobernantes frente a los dilemas y sus soluciones. Lo demás es picardía, retórica y populismo.

Al final, el meollo de la cuestión radica en el estilo de vida política en la que deseamos convivir, si en democracia o en dictadura. Así de simple. Resulta una ingenuidad ignorar que la democracia se puede ejercer con diferentes matices, pero ella sólo se entiende bajo reglas claras, con división de poderes, elecciones no manipuladas, medios verdaderamente libres y alternancias en el mando. De las dictaduras es poco lo que se puede argumentar: todas, las de un lado y las del otro del péndulo ideológico, son similares. Fascismo y comunismo tienen las misma procedencia embriológica, se originan de una idéntica matriz.

La democracia, con el valor de la libertad por encima de todo, es el único sistema que respeta la dignidad humana. Nadie, bajo las artimañas de una autocracia, puede jactarse de exhibir una vida plena y honorable, a menos que forme parte del diminuto círculo privilegiado. La manipulación constante de la verdad, o de la evidencia, son nefastas para la humanidad del siglo XXI. Largas y lúgubres infamias hacen que todavía pervivan en el mundo grotescas formas de sumisión. Nada justifica que un individuo se apropie de una autoridad omnímoda y la ejerza sin límites, en medio de abusos y absolutismos aborrecibles.

El discurso de apertura del mandatario electo José Raúl Mulino invita al optimismo. Cobijado en una personalidad madura, reflexiva y conciliadora, aunque disciplinada y firme, con amplio conocimiento de los múltiples temas y problemas que enfrenta nuestra nación, su propuesta de gestión es esperanzadora. Tendrá, sin duda, altibajos y críticas, pero confío en que su gobierno marque un punto de inflexión para que Panamá se encamine por el sendero de la prosperidad y la equidad social. Recalco la frase de Ricardo Lagos, hecha suya: los políticos deben aprender a hacer maletas y retirarse después de dejar una impronta positiva en la sociedad, recordando que sus hijos y nietos serán también impactados por ese legado. Espero que el discurso de salida sea incluso mejor que el de entrada. Enhorabuena presidente.