El narcisismo es el amor que se dirige una persona a sí misma. Este término fue acuñado debido al mito griego de Narciso, que se deleitó con su propia imagen reflejada en el agua y se ahogó al intentar besarla. Sigmund Freud introdujo el concepto en sus estudios de psiconálisis como una forma de designar algunos estados mentales patológicos. Si bien se puede aludir a una serie de rasgos propios de la personalidad normal, el narcisismo puede también manifestarse como una alteración extrema en algunos desórdenes, como por ejemplo el trastorno narcisista de la personalidad, en que el paciente sobrevalora sus habilidades, exhibiendo una necesidad excesiva de admiración y afirmación. En su uso coloquial denota un enamoramiento de sí mismo o una vanidad basada en el excesivo ego. La psicología moderna considera que el narcisismo patológico tiene su base en una autoestima baja o errónea.
Partiendo de este síndrome de la personalidad narcisista, podemos también hablar del efecto conocido como Dunning-Kruger, que sostiene que muchas personas se consideran más inteligentes de lo que realmente son, una especie de superioridad ilusoria. Este síndrome genera un sesgo cognitivo, ya que la evidencia empírica demuestra que algunos individuos incompetentes no solo son incapaces de reconocer su propia incompetencia, sino que además tienden a sobreestimar sus destrezas, y aún peor, careciendo de la habilidad de reconocer la competencia de los que realmente saben. Durante la pandemia, hubo una extraordinaria visibilización de estos ejemplares, notablemente abogados, periodistas, libertarios, políticos y hasta algunos médicos.
Diversas investigaciones psicológicas publicadas recientemente han analizado la relación entre la personalidad narcisista y la tendencia negacionista de los individuos vulnerables a creer en teorías conspiratorias. El asunto no parece ser de mero interés académico sino secundario a una visión exagerada del yo, caracterizado por la incapacidad de asimilar estar equivocado y exhibir una notoria rivalidad y agresividad contra quienes lo contradicen. Falta de empatía, hostilidad fácil y desconsideración con el prójimo forman parte de las cualidades de los narcisistas negacionistas. A menos que haya una enorme ignorancia de conceptos técnicos elementales, creer a estas alturas que no hubo una pandemia, que el SARS-CoV-2 no ha sido aislado ni secuenciado, que existe un plan secreto de la ONU para controlar la humanidad o que las vacunas son inoculaciones venenosas para diezmar a las poblaciones, deja entrever graves procesos psicopatológicos que requieren intervención profesional especializada.
Existen, por supuesto, conspiraciones, pero hay muchísimas más ilusiones confabulatorias que complots reales. Algunas personas no parecen digerir que ciertos acontecimientos relevantes puedan ocurrir sin que haya una fuerza maquiavélica oculta por detrás del suceso. El narcisista se percibe como un ser único y analíticamente privilegiado, por lo que las conjeturas de maquinación le facilitan dicha creencia. Hay también algún grado de paranoia en pensar que los otros viven presa del engaño y que tratan de opacar sus argumentos. Jamás aceptan la falla de que algo les salga mal ni de tener yerros en sus predicciones, por tanto buscan incesantemente culpables alternativos, a los que agreden directamente aduciendo conflictos de interés clandestinos en sus antagónicos razonamientos. Curiosamente, y aunque parezca paradójico, el narcisista suele ser muy crédulo de historias completamente insensatas o místicas.
Para tratar de forjar una sociedad que no sucumba a la toxicidad del narcisismo negacionista, al desprecio por la otredad y a las fábulas conspiratorias, urge promover el pensamiento crítico en la juventud, el apego a los datos contrastados según jerarquización de la evidencia y el conocimiento básico de la ciencia, en todas sus disciplinas, poniendo distancia de lo dogmático y buscando la mejor aproximación de los hechos a través del método científico. De no hacerlo, la especie humana estará destinada al retroceso cognitivo y a vivir épocas de insultos, odios, estulticias e intrusismos ignominiosos.
Ya lo había advertido varias décadas atrás el científico Isaac Asimov: “El antiintelectualismo es una constante que ha ido permeando nuestra vida política y social, amparándose en la falsa premisa de que democracia quiere decir que «mi ignorancia vale tanto como tu conocimiento». Vivimos la cultura de la ignorancia y, para colmo, presumimos de ella…